Monje
- María Camila Pulido V
- 23 oct 2023
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 18 feb 2024

Cuenta la leyenda que existe una ciudad antigua de castas, de buscadores de la verdad, vestidos con trajes naranjas. Donde existen los nandis, animales de piel gruesa y cuernos que deambulan a la deriva de calles angostas y coloridas. Todo brilla impregnado de una chispa, la misma que le da forma a cualquiera que tenga el soplo de vida. Donde diminutas partículas de luz otorgan la confirmación de la existencia, haciéndolo parte de la naturaleza para manifestarse en estado sólido. En esta ciudad, han existido seres humanos que la han habitado por más de 100 años y por otro lado, hay otros que nunca logran llegar a visitarla o siquiera conocer de ella.
Contiene en el medio un río que desfila para las montañas en serenidad y plenitud de ser admirado, de entregar tanta belleza. Y en invierno, cuando su color acendrado se exalta, se vacía cuando nadie lo ve. Se vacía para recogerse y purificarse y así, volver a entregar su calma imperturbable al día siguiente. Se recoge en las cuevas para desaparecer del firmamento por instantes. Para no reflejar nada y poder encontrarse en su propio reflejo. Cuando se encuentra adentro en absoluta oscuridad y silencio, llega a su ser una melodía en la que se regocija, donde se baña para limpiarse y a la cual le creó una canción en temporada de lluvias y vientos…
El riíto alza el vuelo sin velo
se adentra en destellos plenos
revolotea con alas azules
y cuuuura con su uuuuuha
el que ríe se ahoga en mis aguas
y siente las corrientes de Ap
en su vientre por siempre
y cuuuura con su uuuuuha
El río se reía con los ojos cerrados. Se reía consigo mismo hacia adentro, regocijándose en su melodía y creaba tanta felicidad interna que empezaban a crearse chispas de oro que al salir de su interior, salían como una fuente de su cabeza y de sus ojos. Al caer las gotas y tocar la cueva, se convertían en cuarzos que rodaban montaña abajo para que así, cuando él volviera a llenarse, los arrastrara por la tierra incrustándolos en sus destinos. Su forma humana tenía pelo y barba naranja, la nariz larga y caída, los ojos más azules que Urano y le gustaba vestirse con hojas, como a los duendes. Las cuevas se alegraban de ser escogidas, pues quedaban recargadas de paz y alegría infinita, donde las raíces que no ven la luz del sol, lograban entender qué mantiene con aliento todo, admirarlo y sentirlo como si estuviera ahí, cerquita.
Una cierta noche de vientos en los templos que se guardan dentro en la selva, entre los tupidos árboles y monos centinelas, donde de las montañas rocosas cuelgan casas intentando acercarse al verde angelical y cristalino del río, un monjecillo joven, con su cabeza pelada brillando a la luna, con sus trajes sueltos y sus cachetes inflados, unos ojos rayados con brillo coqueto; intentaba calentarse los pies entre la noche fría. Intentaba calentarlos con sus manos, con su aliento, enrollándolos entre cobijas pero al darse cuenta que nada le funcionaba, decidió salir a correr un poco para subir la temperatura del cuerpo. Salió y cruzando la enorme estructura de hierro suspendida en el aire que conecta un lado de la ciudad con el otro, se dio cuenta de que el río no estaba ahí. Asombrado miraba a todos lados, miró hasta detrás de él intentando comprender a dónde se había ido y a lo lejos, en lo alto de la montaña, comienza a ver que salen destellos dorados, tintineando como si fueran polvo de hadas, como si una estrella se hubiera caído del cielo y con más curiosidad que miedo, corrió subiendo por el filo, entre la carretera y el abismo. La luna le alumbraba el camino y acelerado por no perderse el acontecimiento, llegó a una altura donde podía ver que se trataba de una cueva. Se detuvo y la miró con precipitación, respiró hondo y sin temor alguno, empezó a caminar hacia la cueva en pasos serenos, como hipnotizado, admirando la incandescente luz y siguiendo con su oído la bella melodía que salía de la cueva. Acercándose con sigilo, asomó despacio su cabeza y sus ojos rasgados, encontrando al río, riéndose en sí mismo, con hombros rebotando, una sonrisa de boca y ojos cerrados, como incontenible pero sostenida, disfrutándose. El río al sentir la presencia de pasos y huellas, abrió asustado los ojos saltones, se recogió rápidamente y todo quedó a oscuras. El monjecillo aún no tenía miedo, algo tan glorioso no podría hacer daño. Con voz tierna y sincera, le preguntó,
-¿Quién eres?
-Soy el río. Vine a purificarme en mis profundidades, vengo a dejar de reflejar lo que está afuera para poder mantenerme puro y sano, nunca antes nadie me había visto así tan vulnerable, debe ser que algo has venido a mostrarme.
El río se encendió son su fuerza e iluminó la cueva con una luz tenue y el monjecillo se acercó sonriendo inocentemente, emocionado por lo que sucedía, con respeto y humildad, lo admiró con sus ojos alineados y felices. El río reconoció su corazón, que latía grande, abierto, expandido por su valentía. Lo acercó hacia él y le hizo un gesto amigable, cómplice, como si se hubieran conocido hace mucho y este entendiera los gestos más genuinos de sus expresiones. Y así era, el monje emocionado, afirmó con su cabeza y cerraron los ojos; el río comenzó a reírse a carcajadas ¡y el monje también! Entre más se reían, más se alejaban de la tierra, pasando por túneles de destellos violetas y azules, hasta que en un momento el monje de tanto reírse, sostuvo su panza y abrió los ojos para darse cuenta que se encontraba en el universo, en el espacio, flotando junto a estrellas, galaxias y portales, y que aunque había movimiento, todo estaba estático entre la seca quietud de la atmósfera. Comenzó a observar todo con asombro y el río le tocó el hombro, el monjecillo volteó la cabeza para adentrarse en una dimensión donde todo era lleno de colores, los árboles eran rojos y naranjas, como en otoño, había infinidad de frutas deliciosas, jugosas que nunca había visto antes. Caminando entre flores que parecían corales, llegó a un valle de seres elásticos, que se movían con libertad tocando flautas, tambores, unos tipos de xilófonos, creando sonidos nuevos para él. ¡Bienvenido a Ap! con grandes banderas moradas y aromas de jazmin y pino mezclados, unos movían los brazos en grandes circunferencias, caminando en la punta de los pies, doblando el torso hacia adelante y atrás, sintiendo los instrumentos vibrar en sus cuerpos, así mismo los animales también unidos al son de la fiesta que se armaba, comenzaban a dejarse llevar por la alegría. El monjecillo feliz, sentía que estaba en el sueño más real que había tenido en toda su vida, no dejaba de aplaudir y de moverse de un lado a otro, elevando la amenidad de hogar, elevando el sueño a la cumbre del éxtasis, cuando de pronto aparece una ballena azul que entra del cielo volando con sus aletas como si fueran alas y trae consigo una luna creciente colgada en el pecho y un tridente enroscado en su cola; toca la tierra y todos los asistentes del festejo se callan en estupor, ni un parpadeo se oye. La ballena crea un sonido agudo penetrante y profundo que no aturde sino que alivia y el monjecillo comienza a imitarlo innatamente. La ballena se detiene a observarlo y lo acoge en sus alas aletas, lo pone en su lomo y se lo lleva a volar por el mar. Lo deja desintegrarse con el agua, sentirla en un cálido placentero y el monje inspira en el agua, lo arrulla en un remolino que parece veloz pero que lo lleva al sueño profundo, donde despierta en su cama de nuevo, al día siguiente.
Impactado por la vivacidad de sus recuerdos, brincó de la cama y corrió a contarle a su gurú. Este le sonrió en entendimiento y credibilidad y le dijo que se volteara para ver su espalda, donde encontró la marca de un símbolo que siempre creyó ser una leyenda. Se le aguaron los ojos y sintió la bendición del talento que ahora reposaba en el monjecillo para esparcir los cánticos sanadores del mar, en la tierra. El monjecillo cerró los ojos en concentración y comenzó a cantar la canción del río, recordando Ap…
El riíto alza el vuelo sin velo
se adentra en destellos plenos
revolotea con alas azules
y cuuuura con su uuuuuha
el que ríe se ahoga en mis aguas
y siente las corrientes de Ap
en su vientre por siempre
y cuuuura con su uuuuuha

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