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A la vida

  • Foto del escritor: María Camila Pulido V
    María Camila Pulido V
  • 8 jul
  • 4 Min. de lectura
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No me fui de viaje, no me fui a mochilear. Me fui al camino de la vida. No hay un lugar a dónde volver, sino un lugar a donde llegar. Asentarme para concluir y volver a andar para nutrir. Y así. Así elegí transitar este camino, aunque muy en lo profundo, el camino me eligió a mí. Yo ofrecí mi cuerpo y mi energía y sacrifiqué muchas cosas para ganar muchas otras. La gente aún cree que el dinero lo puede todo y que eso arregla la existencia. Pero cuando tienen el bolsillo lleno y el alma perdida, se dan cuenta que para alcanzar algo, cada uno debe trabajar en las materias que vino a hacer. Cada persona tiene sus duelos internos y sus dolores por transformar. A mí la vida me pedía constantemente el desapego y parecía fácil pero el desapego de identidad requiere enfoque, desgarro y determinación. Requiere un elegirse con amor y ternura cada vez que te traicionas. Requiere intentarlo e intentarlo hasta que salga mejor. Requiere sostener una visión con fé y total certeza de estar siendo guiado en cada paso. Esa añorada salida de mi país, me entregó el origen del mundo y parí un sueño colectivo.


Las culturas se volvieron mi hogar, mi familia. Mi contexto era el de plantaciones de arroz, monjes budistas, pieles indias con ojos negros y esa riqueza de los colores de la piel, me la pedía el alma como quien añora un recuerdo que transforma la vida.

Nadie habla de los días en que la tristeza penetra las sábanas como un aullido del viento y no hay quien presencie las gotas pesadas que caen en silencio por las mejillas. Solo un observador detrás que se regocija en un cierto deleite masoquista y extraño de saber que ese sufrimiento, inunda los capullos de las flores que estarían por adornar un nuevo camino y que aunque duele, es necesario sentirlo profunda y visceralmente.


Muchas veces me pregunté sobre este personaje disfrazado de niña que encarna una anciana y me costaba entender el significado. En un mundo donde lo tierno es débil, yo me esforzaba por verme fuerte y con la experiencia de las ballenas y las tortugas. Yo sentía la sabiduría de las rocas que habitan las montañas desde que se creó este planeta y me veía como una florecita salvaje de esas que crecen en las grietas. Valiente pero diminuta y efímera. ¿Cómo iba yo a expulsar siglos de andares entre una grieta tan pequeñita? Pues mi ojos se miraban en el espejo queriendo desafiar cualquier ley física. Ellos miraban más profundo en ese campo invisible de espacio donde las partículas están esperando a ser tenidas en cuenta para que ese potencial infinito que son, por fin tome luz, forma y se conviertan en un conjunto de energía y materia. En el espacio, en el silencio, en esos aliados creadores, me sentaba yo a jugar y a explorar para ordenar punticos de información y darle forma a la idea. Mi voz juega un papel importante. Resuena inmensa en mi cabeza y nada tiene que ver con este traje de piel que me acompaña. Traigo voces de vidas atrás, voces guías ancestrales y de maestros compañeros. Este cuerpo, fue la antena ideal y perfecta que pudo afinarse para escuchar y transmitir. El mundo que hay adentro es más que un mundo. Es el hilo conductor con el universo. De ahí que los yogis insistimos en “echar pa adentro” para que esas identificaciones superficiales, no limiten la inmensidad del ser y de lo que quiere nacer. Hay una maya inmensa, un tejido donde cada hebra importa y tiene impacto.


Las cosas toman su tiempo y más cuando el tiempo es algo tan maleable. Solemos ver solo una arista de este fenómeno pero resulta que contiene otras varias. Entre esas, el aspecto con el que se mida. Por ejemplo, la velocidad de la mente es más rápida que la de la luz. La luz va más rápido que el sonido. La velocidad del cuerpo viajan aún más despacio y ahora, la velocidad de la tierra, los ciclos y la consciencia colectiva, van a un paso mucho más detenido. Todas estas frecuencias suceden en varias dimensiones también. Y los humanos queremos unificar el tiempo y que todo se comporte con respecto a esa definición. Estamos chapoteando en medio de un océano. Vivir a partir de los ciclos tiene una sabiduría que nuestros ancestros y antepasados muy bien entendían y sentían. No se puede ignorar lo que sucede en cielo y en la tierra. Las lunas y las cosechas hablan con los ojos y las manos y el corazón confía sin resistencia. Entonces querer acelerar un proceso o sistematizar las variables, es tan inútil como insertar un cuadrado en un círculo. No cabe. Pero apenas y estamos recordando esto. Apenas y estamos empezando a desprogramarnos en una programación que no es tan antigua realmente. Podríamos decir que apenas empezó, si hablamos del tiempo en que la tierra ha existido. Pero ¿seguiremos alimentando y forzando una perspectiva tan angosta, o elegiremos ampliar nuestras creencias? ¿Continuaremos asentando la cabeza en imposiciones limitadas o sacudiremos la cabeza en el recuerdo de donde estamos parados?


Yo aún sigo sin imágenes nítidas y parece que las vida siempre se comportará de maneras ambiguas y misteriosas. Pero existe una visión a lo lejos y una voluntad. Y lo más interesante, una aventura por descubrir. El viaje de la vida se construye en el día a día y esa es la mayor certeza. Como bien lo han dicho otros pensadores; “si quieres conocer tu futuro, observa lo que estás haciendo con tu presente.” Y esto más allá de querer generar más presión o hacer un llamado a la acción, es más bien una pausa para tomar el té, respirar profundo mirando al horizonte y exhalar largo y tendido para alimentar un nuevo paradigma, una nueva perspectiva y un nuevo sentimiento. Reorganizar las partículas internas para que actúen con respecto al sentir y devolverle la voz al alma, la atención al pulso y encontrar un nuevo ritmo ahí.


 
 
 

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Una experiencia que narra su recorrido. La puerta a un universo de indagaciones internas. Lxs invito a filosofar conmigo y a inspirarse de la vida. 

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